martes, 4 de marzo de 2008

Adiós a El Maestro


Martín no sólo era maestro en orientación. Era maestro en amabilidad, en afecto, en disposición a ayudar, en trato, ... Su imagen imponía hasta a los más pequeños, como a mi hijo Mario, del que no se me olvida su mirada hacia Martín mientras yo le explicaba quién era (“un señor que trajo todos los controles a España”). Tampoco se me olvida su sonrisa cuando Martín le hizo una broma y vio que, por ser importante e imponente, no dejaba de ser también alguien entrañable.

Yo le considero mi maestro. Mucho orientadores de ahora le veían como una figura del pasado de la orientación, pero para mí fue el presente. Aprendí a trazar (si es que se puede decir que sé) porque él me dejó claro cómo se hacía. También me inculcó que si no sabes trazar, nunca sabrás entrenar ni ser entrenador. Martín nunca me transmitió incertidumbre, salvo cuando en sus cursos de trazados le entregaba un ejercicio. Seguro que me iba a poner pegas y con razón. Era un perfeccionista.

Pero aparte de lo “académico”, me refiero ahora a su persona. Cuando alguien que no le veía hacía mucho me preguntaba por él. Yo le decía que estaba como siempre, “tieso”, amable, sonriente y dispuesto a echar un rato contigo o con quien fuese. Es mi recuerdo. No me cabe otro Martín porque no lo hubo.

Cuando cuento que a los 83 años un día me costaba seguirle el paso por el bosque, o que daba cursos de trazados con mucha energía, o que en muchas conversaciones parecía que no se enteraba de nada y después soltaba una ironía sobre lo hablado; a la gente le costaba creérselo. Todo ello me produce nostalgia. Pero a la vez alegría. Es como siempre le recordaré.

Gorra, sonrisa, mochila, paso firme, sabiduría y mucha, mucha ternura son las palabras clave que me han quedado de él. Gracias Martín por haber hecho esa carrera perfecta que anhelamos todos los orientadores y que no existe.

Gracias por ser mi referencia



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